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domingo, 18 de abril de 2010

Final de la aventura... el regreso...

Ya hace días que tenía que haber escrito sobre mi regreso. Empezó justo el día siguiente de la entrada anterior del blog y duró casi dos días, pero hasta ahora no he podido o querido ponerme a escribir. Regresé en el anunciado "UnderSea Hunter", curiosamente es el mismo barco que escoltamos en la operación de remolque cuando llegamos a La Isla. Es un barco en el que vienen turistas durante unos 11 días para bucear y bucear únicamente, toda la cubierta está llena de equipos de inmersión, de fotografía y vídeo submarino... se me hace la boca agua... La tripulación es muy agradable, tenemos comida a todas horas, galletas, chocolates, fruta... el cocinero es muy bueno y entre bromas siempre pide que nos quedemos con él para conversar en la cocina y distraerse... vimos alguna ballena a lo lejos, que no pudimos seguir, paramos en la inmensidad del océano para darnos un baño con el agua más calmada que me pueda imaginar en alta mar. Mirar al fondo con las gafas de bucear era perderse en el azul más verdadero que haya conocido. Los saltos de algunos tripulantes desde la tercera cubierta del barco deleitaban a los turistas y a mi mismo... Luego, en la noche, casi llegando a nuestro destino, descubrí que el agua batida que apartaba nuestra quilla se volvía fluorescente por la acción de alguna especie de fitoplancton. Era un espectáculo increíble, solo vi algo parecido una noche cálida de la costa Caribe, pero nunca encima de un barco a 8 nudos, nuestra estela se difuminaba en la noche, pero lo mejor, el broche perfecto para sellar mi aventura en el Pacífico como antiguos marineros y piratas, llegó a mi cuando desde lo lejos, literalmente como dos torpedos que atentaban nuestra flotabilidad, brillando desde varias decenas de metros más allá por el agua bioluminiscente, se nos acercaron rápidamente dos delfines enérgicos jugando alrededor de nuestra quilla, saltando y girando uno encima del otro. No pude dejar de mirarlos, a ellos se les juntaron tres más, su silueta luminosa era perfecta sobre el fondo negro del mar en la noche, su estela hacía imaginar fábulas fantásticas que debieron pasar por la mente de navegantes a lo largo de la historia, mitos y leyendas que han poblado los puertos marineros de todo el mundo… Así los delfines, parte de mi vida en varias ocasiones, me demostraron una vez más y como nunca, que las cosas bonitas de la vida hay que saber verlas y tener paciencia para que lleguen en el momento justo…

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