
A las 2 de la mañana listos en la orilla de la playa de Bahía Wafer para acercarnos en zodiac a la Cocos Patrol 1. Es el reencuentro desde que llegué a la isla con el barco que compartió conmigo la aventura de cruzar parte del Pacífico. El sueño es latente, nadie dice nada más de lo necesario, pero al abordar el barco empezamos

con la actividad, nos acompaña un guardacostas, armado… hay que repasar los motores, deshacer amarras, conectar radares y buscar los pesqueros que se hayan introducido en el área protegida… Salimos, de noche, hay tal calma que hasta las estrellas se reflejan en el agua,

poco a poco aumentamos las revoluciones de los motores hasta alcanzar el primer barco y único de la noche, supuestamente está de paso, la corriente lo ha introducido dentro… obviamente no se espera que diga la verdad, pero se toma nota…. Al amanecer se ve cómo el sol, totalmente anaranjado, rompe el horizonte iluminando la isla que tanto había esperado conocer.

Intento ser consciente de ello, y es que aunque a estas alturas he aprendido a disfrutar de la isla, he tenido que eliminar distracciones e ignorar ciertas situaciones que provocaron profunda desilusión. Pero me conformo con lo que tengo, lo que puedo hacer y lo que he vivido, tenía que

venir y no me arrepiento, estaría arrepentido si me hubiera rendido después de tanto esfuerzo por conseguir llegar hasta aquí… Así que, ese día también, algo me defraudó a nivel personal… pero todo el mundo sabe que “Dónde manda capitán no manda marinero”, así que marinero se fue a cubierta, en proa, a disfrutar del agua salada, solitario, como suelen ser los marinos que viven las mejores aventuras junto a su amante, la mar… Y ella supo escucharme, en menos de un minuto

deshizo mi soledad acercando, casi al alcance de mi mano, un grupo de delfines llenos de alegría, brillantes, enérgicos y comunicativos. Me decían algo que no entendía muy bien con sus sonidos agudos pero inexplicablemente llenos de alegría. Realmente se divertían jugando alrededor de nuestra quilla que rompía un mar azul intenso, en calma, de apariencia especular… Las aves se acercaban, curiosas, a conocernos desde el aire, y la isla, majestuosa, honraba con su presencia toda la jornada…

Al volver a el fondeo en Bahía Wafer, después de casi doce horas de patrulla, saltamos al acecho de otras dos embarcaciones ilegales. Nuevamente al llegar tenían montada la escusa para disuadir cualquier denuncia, uno se puso a remolcar a otro por una supuesta avería… Tomamos nuevamente rumbo hacia Bahía Wafer conociendo así, a nuestro paso, numerosas cascadas que vierten al mar entre una frondosa vegetación, dándole a la isla su aspecto paradisiaco que la hizo ser, para el distinguido Jacques Yves Cousteau, la isla más bonita del mundo…