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jueves, 18 de marzo de 2010

Rumbo 211º...

Finalmente llegó el día que tanto se ha había hecho esperar, el lunes 15 zarpamos de nuestro muellecito de Puntarenas después de pasar una mañana ajetreada. Ultimando preparativos de víveres, amarrando todo lo que podía caerse en la travesía, y esperando que desde capitanía se le diera el visto bueno al barco para navegar se nos hizo la tarde... No me lo creía del todo, no era muy consciente de lo que estaba sucediendo después de tanta desilusión en cuanto al viaje, pero al empezar a darle avante empezó a temblar el otro motor, el que no tembló en la prueba de la semana anterior... yo ya no me lo creía, pensé que quizás no debía ir a la Isla, era demasiada mala suerte. En la incertidumbre se pactó echar amarras y yo me iba a tirar a bucear a revisar las hélices, lo más probable era que algo se enganchara y provocara el temblor, el estero de Puntarenas es de los más sucios del país por la cantidad de gente que vive en sus riberas. Pero algo debió suceder, se desenganchó lo que provocó el problema o no sé, pero mis súplicas fueron escuchadas y el motor, sin motivo aparente, dejó de temblar... nos esperaba agua salada por doquier durante 40 horas... El viaje empezó difícil, la muy respetable mar no debía estar preparada o no confiaba en que saliéramos por fin, así que nos recibió con olas picadas y desagradecidas durante las primeras dos o tres horas al salir del gran golfo de Nicoya (Golfo que acoge la ciudad, pequeña península y manglar de Puntarenas). Era difícil andar sin apoyarse en las paredes, barandillas y escalones. Trabajar del puente a cubierta se hacía tedioso y era fácil sacar la broma de una supuesta borrachera entre el maquinista y yo... pero al sabernos sobre sus lomos de agua azul intenso y brillante, este Océano Pacífico hizo honor a su nombre y nos permitió cruzarlo, navegando, sin prisas... Rumbo 211º, ese era, a priori, el rumbo a nuestro destino. Las guardias en el puente eran silenciosas, por la noche solo se distinguía una casi imperceptible línea oscura a lo largo del horizonte y unas luces a lo lejos, en nuestra proa. Seguíamos en todo momento el Undersea Hunter, barco turístico que, a unos 6 o 7 nudos, remolcaba nuestra embarcación hermana también a la Isla, no podíamos dejarla sola, sin nuestro cuidado, los dos barcos llevaban siendo un equipo por mucho tiempo en el fangoso muelle, y seguirán siéndolo en sus patrullas contra la pesca en la isla... Aproveché mi aventura para lanzar un susurro a mi estimada mar, pensamientos y gritos de alivio en mi mente, todo lo lancé en una botella en alguna parte del final de la travesía con la esperanza de que sea escuchado... Justo antes del segundo amanecer se podía intuir la silueta de la isla, los peces voladores saltaban a nuestro paso temiéndonos depredador y eran capaces de volar casi 200 metros a pocos centímetros de la superficie, las fragatas nos observaban desde las alturas, otros nos pasaban rozando por delante y por detrás, por los lados... todos nos daban la bienvenida, se hizo el día, la isla es toda verde intenso, frondosa... maravillosa... finalmente llegamos a una catarata inmensa que cae entre unas palmeras, a la orilla del mar, es la puerta de nuestra bahía base en la Isla, la Bahía Wafer...

2 comentarios:

  1. Felicidades!!! y que bueno que llegaron bien al Parque. Que sea una gran experiencia y tu esfuerzo de muchos frutos. Saludos a todos. Abrazos, Florangel

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  2. Entregado y dispuesto a todo por alcanzar el objetivo pactado.
    Preciosa la bienvenida que te ofreció la isla...

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